lunes, 31 de marzo de 2014

"El Gran Hotel Budapest" y "Una vida en tres días". Universos de autor

Wes Anderson es un director que con los años ha creado un estilo propio muy reconocible. Todos sus filmes son una especie de cuentos para adultos caracterizados por temas recurrentes: el colorismo, personajes estrafalarios y bizarros, vestidos con una vestimenta muy característica que llevan durante todo el metraje, todo ello envuelto en grandes dosis de humor absurdo y ocasionales momentos dramáticos. A Anderson le gusta además construir los planos como si fueran viñetas, con una composición llena de pequeños detalles, que refuerza la sensación de cuento de todas sus obras. El cine de este realizador gusta o repele, no admite opiniones muy moderadas y yo me incluyo entre los que le aprecian, habiendo visto casi toda su filmografía. Siempre recordaré ese momento en el que vi por primera vez una película suya, hace más de diez años, con motivo del estreno de "Los Tenenbaums. Una familia de genios", de la que había leído buenas críticas y que contaba con actores conocidos. Vi aquella película en una sala totalmente vacía y ahí fui consciente de que su cine no era para todos los gustos y de que a mí me interesaba bastante, siendo un fiel espectador desde entonces ("Academia Rushmore", "Life Aquatic", "Viaje a Darjeeling", "Fantástico Mr. Fox" y "Moonrise Kingdom"). El propio Anderson parece de hecho un personaje más de sus películas, siempre vestido impecablemente con colores muy vivos y de semblante distraído.
 
 
Ahora Anderson vuelve a las carteleras con "El Gran Hotel Budapest", una historia para la que dice haberse inspirado en los escritos del escritor austriaco Stefan Zweig, que retratara en su momento la decadencia de la Europa clásica con el fin de los imperios históricos tras el final de la Primera Guerra Mundial y la llegada de los fascismos que desencadenarían la aún más violenta Segunda Guerra Mundial. Pero a Anderson el aspecto político y social no le interesa tanto como simple contexto para construir una trama acorde a sus fetiches habituales, ya reseñados.
 
 
La película comienza con hasta tres rápidos flashbacks en sus primeros minutos para mostrarnos a una joven que se dispone a leer un libro de un famoso escritor y fallecido. Entonces la historia se retrotrae a los años 80, donde el escritor ya en edad madura (Tom Wilkinson), recuerda un encuentro de juventud que tuvo en los años 60 (siendo Jude Law en su versión más juvenil) en el Gran Hotel Budapest, ubicado en las montañas de Zubrowka (un país imaginado por el director, inspirado en Austria) con el millonario Zero Moustafá (F. Murray Abraham). Mustafá le contará las aventuras vividas en los años 30 de Gustave H (Ralph Fiennes), un legendario conserje del Gran Hotel Budapest y su relación con el chico del vestíbulo (Tony Revolori), con quien entabla amistad y convierte en su protegido. Ambos se verán envueltos en la muerte de una rica anciana (Tilda Swinton) y en una batalla que enfrentará a Gustave con los miembros de su familia por obtener la herencia.
 
 
Los primeros minutos ya prometen que vamos a ver una buena película, con una excelente puesta en escena de Wes Anderson, tan poco realista (insertando planos de miniaturas para simular los parajes de Zubrowka y el propio hotel, que por fuera parece una casita de muñecas) como efectiva (el meollo de la película es un triple flashback, con saltos temporales insertados de manera clara y precisa). El resto de la película no decepciona y es una ágil mezcla de cine de intriga y aventuras, salpicado con los personajes estrafalarios (la novia del chico del vestíbulo, la estupenda Saoirse Ronan, es una chica que tiene una mancha en la cara con la forma del mapa de México) y el humor absurdo marca de la casa, que le da a la película el adecuado tono de farsa sin caer en el ridículo.
 
 
 
 
La película es un desfile de actores conocidos por el público medianamente cinéfilo, algunos habituales en el cine de Anderson (Bill Murray, Owen Wilson, Jason Schwartzman, Edward Norton, Willem Dafoe o Adrien Brody) y otros primerizos en su colaboración con el director, muchos de ellos con roles breves y cumpliendo adecuadamente con su labor. Pero uno destaca por encima del resto y ese es Ralph Fiennes, que con su Gustave H. borda una de las grandes interpretaciones de su carrera. Ese conserje exquisito, pedante, amanerado y gerontófilo, vestigio de un mundo condenado a desaparecer, es uno de los papeles que siempre se recordarán cuando se repase su trayectoria.
 
 
"El Gran Hotel Budapest" es una película excelente que gustará a los fans de Wes Anderson y puede que consiga cautivar a alguno de los que miran con precaución su cine, por considerarlo material de consumo para modernillos y hipsters (entre quienes Anderson tiene mucho predicamento, cierto es). Esta vez la sala a la que acudí estaba casi llena y la gente disfrutó bastante, sin haber muchos modernillos por allí sueltos (o al menos no lo parecían). Sea como fuere, tampoco quiero llevar a engaños, porque Anderson es más un director de culto, de los que gustan de hacer un cine más personal, sin estar pendiente de la mayoría. Así que si se va a ver una de sus películas buscando un "Resacón en Las Vegas", lo más probable es salir decepcionado. Si no, se disfrutará con la deliciosa narración, animada por una obra sonora del siempre magnífico Alexandre Desplat.
 
 
 
Otro director que empezó desde la esfera más independiente y que se ha ido ganando un cierto prestigio es Jason Reitman (hijo de Ivan Reitman, director de "Los incorregibles albóndigas", "El pelotón chiflado" o "Cazafantasmas") y que en su carrera ha seguido pasos muy diferentes a los de su padre, con películas de tono más cotidiano y que mezclan comedia y drama. Confieso que no me dieron muy buena impresión sus dos primeras cintas ("Gracias por fumar" y "Juno"), por ese aire autosuficiente que tenían, de ser películas encantadas de conocerse y de la (presunta) originalidad de sus diálogos, con algo de síndrome adolescente de pontificar y concluir sobre todo cuando aún se está empezando a vivir. Fue la espléndida "Up in the air" el punto de inflexión en mi interés por Reitman, al ver a un cineasta que parecía haber madurado viendo su acierto a la hora de mostrar diversas miserias humanas y su posterior (y también excelente) "Young adult" confirmó esas buenas sensaciones, formando ambas películas un curioso programa doble sobre unos personajes protagonistas que se creen los reyes del mambo hasta que se dan cuenta de que no son más que una gota de agua en el océano. "Una vida en tres días" es su nueva película, donde vuelve a insistir en una constante de su filmografía, a la hora de mostrar personajes inadaptados a la realidad que les rodea.


"Una vida en tres días" cuenta la historia de Henry Wheeler (Gattlin Griffith), un niño de 13 años que se esfuerza por ser el hombre de la casa y cuidar de su solitaria madre (Kate Winslet) en pleno torbellino de la adolescencia. Un día ambos conocen a un hombre necesitado de ayuda (Josh Brolin), que les convence de que le lleven a casa, donde descubren que es un convicto fugado. Ese fin de semana les marcará para el resto de sus vidas.
 
 
La película está basada en un novela de Joyce Maynard (publicada en España con el título de "Como caído del cielo"), una escritora que fue amante del misterioso JD Salinger (autor de "El guardián entre el centeno") en su juventud y que dio en su momento algunos detalles sobre la naturaleza de un escritor que decidió marcharse a un pueblo perdido para que le dejaran en paz tras lograr la fama. El título original de la novela y de la película es "Labor Day" (Día del Trabajo), que en Estados Unidos suele marcar el final del verano al celebrarse allí el primer lunes de septiembre y ese sentimiento melancólico y todavía caluroso de final de verano es el que preside la historia.
 
 
Kate Winslet es Adele, una mujer que desde su divorcio no ha levantado cabeza y vive presa de una gran tristeza que le impide salir de casa más que a lo estrictamente necesario, haciendo todas sus labores con manos temblorosas. Su hijo está dejando atrás la niñez y comprende el sufrimiento de su madre, que ella trata de ocultar, por lo que trata de ser el hombre de la casa sin mucho éxito, dada su temprana edad. Será entonces cuando se topen con Frank, un preso a la fuga que acabará desempeñando curiosamente esa labor de padre y marido ausente, porque Frank tiene también un pasado doloroso del que quiere huir. La extraña química que acaba desatándose entre estos personajes es lo más llamativo de la película. Adele no ha sido tocada ni observada por nadie durante años, para ella los hombres no significan nada. Será un recluso quien entienda todo lo que esconde esa mujer y ella verá en él a un hombre en el que confiar, una figura paterna para el joven Henry, que también empezará a descubrir lo que implica el amor.
 
 
Reitman filma a sus tres protagonistas con cariño, acompañando al espectador en la peripecia de estas almas a la deriva que tratan de crearse un mundo a su medida, lejos de las presiones y convenciones del mundo exterior. Lástima que en ocasiones caiga en algunos recursos pobretones (los repetitivos flashbacks del pasado de Frank, que podrían haber sido despachados en una sola vez de una manera mucho más emocionante o los momentos de suspense que pueden funcionar la primera vez que se ve la película, pero que naufragan a la segunda), impropios del fino saber hacer de sus últimas películas. Unos fallos que convierten una película que podría haber sido excelente en simplemente buena.
 
 
Entre sus tres intérpretes cabe destacar a Josh Brolin, el miembro del reparto de "Los Goonies" que mejor ha soportado el paso del tiempo y que tras unos años en los que parecía otra vieja gloria condenada al olvido ha sabido reciclarse como actor de carácter y fuerte presencia, algo que le viene de perlas para su papel de tipo duro con corazoncito. Creo que se desenvuelve mejor en su papel que una Kate Winslet que cumple, pero que ha estado mejor en otras ocasiones.
 
 
Todo ello para una historia que tiene algo de los relatos de Stephen King sobre la iniciación a la vida en un entorno rural puramente yanqui (aquí un pueblecito de New Hampshire) y que se deja ver, siendo coherente con el universo de su autor, aunque un poco por su debajo de sus precedentes.
 
 

miércoles, 26 de marzo de 2014

Adolfo Suárez

Creo que no vengo a decir nada que nadie no sepa ya con el anuncio del fallecimiento de Adolfo Suárez, que fuera presidente del Gobierno en nuestro país entre 1976 y 1981. Suárez ha muerto a los 81 años de edad y tras varios años retirado de la vida pública a causa del Alzheimer. Cuando estuve trabajando en Albacete, hace unos años, me recordaron que fue allí donde tuvo lugar la última aparición pública del ex-presidente en el año 2003, en un mitin para apoyar la candidatura de su hijo Adolfo Suárez Illana para la presidencia de Castilla-La Mancha. Allí fue donde perdió el hilo de su discurso y se empezó a notar que algo no iba bien dentro de su cabeza.
 
 
La verdad es que desconocía aquel hecho, pues por aquellos años yo me encontraba estudiando en otra ciudad y bastante desinteresado en la vida política, ocupado en llenarme de otras experiencias propias de los años universitarios. La figura de Suárez la conocía sin mucha introspección, de haberlo estudiado en el colegio como una de las figuras claves de la Transición del franquismo a la actual democracia, pero sin profundizar demasiado (el temario siempre había que acortarlo por la historia más reciente por falta de tiempo para dar todas las lecciones). Por aquellos tiempos en los que conocí aquel suceso salió en librerías "Anatomía de un instante", el magnífico ensayo de Javier Cercas sobre los antecedentes del golpe de Estado del 23-F, que Cercas desgranaba con ese estilo suyo tan ameno y didáctico que puso en práctica en el exitoso "Soldados de Salamina" (en ese caso sobre un episodio de la Guerra Civil). Aquel que quiera conocer lo que se cocinó durante los años de la Transición tiene una cita obligada con "Anatomía de un instante", en el que Cercas pone de manifiesto la parte trágica de la biografía de Suárez, un hombre que pasó de estar en la cresta de la ola a perderlo casi todo y que en los momentos de derrota mantuvo una mayor dignidad que en los de ascenso.

 
Suárez había nacido en Cebreros, un pequeño pueblo de la provincia de Ávila y era hijo de un hombre bien parecido, más centrado en las mujeres y el juego que en sus deberes como padre. El hijo sacó el porte de galán del padre y también una tendencia natural a saber embaucar a cualquiera que se le pusiera por delante, porque Suárez llegó en buena medida a donde llegó gracias a sus artimañas y a su capacidad para abrazar farolas, para hacer sentir el hombre más importante del mundo a aquel a quien daba la mano. Sin ser muy bueno en los estudios consiguió hacerse íntimo de Herrero Tejedor, uno de los hombres importantes del Movimiento Nacional (el partido único franquista), que le ayudó a conseguir posiciones interesantes en la burocracia de Castilla y León y siendo Gobernador Civil en Segovia conoció al entonces príncipe de Asturias, Juan Carlos de Borbón, con el que trabó amistad y que se lo llevó a Madrid para hacerle director de RTVE, para acostumbrarle a la vida en la Corte y de paso promocionar la imagen de Juan Carlos para cuando Franco muriera. En esa época fue cuando conoció a Carmen Díez de Rivera, amiga de Juan Carlos y con una historia de novela a sus espaldas (era hija ilegítima de Serrano Súñer, uno de los cabecillas del primer franquismo, con quien su madre aristócrata había mantenido un idilio y había estado enamorada y a punto de casarse con otro hijo de Serrano Súñer, sin saber que era su hermanastro cuando se enteró de quien era su verdadero padre, algo que le marcó de por vida y que hizo que no mantuviera relaciones con nadie más). Carmen Díez de Rivera fue su mano derecha durante años y entre ella, Juan Carlos y Suárez fueron creando un triángulo de gran importancia en el devenir de aquellos años. Si quieren saber más sobre aquella señora y esta relación con aquellos dos hombres les recomiendo otro estupendo libro, "El triángulo de la Transición", de Ana Romero.

 
Tras morir Franco, se prepara el asalto al poder de Suárez, algo que se consigue en 1976, tras la destitución de Arias Navarro (famoso por aparecer en televisión anunciando la muerte de Franco). En principio la mayoría de la clase política y la sociedad esperaba que fueran designados otros políticos con mayor experiencia, pero desde arriba se estaba gestando la sorpresa de colocar a quien menos se lo esperaban. Suárez declara en su presentación como presidente su famoso "puedo prometer y prometo" para iniciar la conversión del régimen franquista al democrático, algo que consigue en tiempo récord tras haberse preparado durante años. Suárez funda Unión de Centro Democrático (UCD), con gente de talante más bien conservador y gana las primeras elecciones en 1977, lo mismo que las de 1979. En todos esos años se ha cambiado el régimen político y España ya tiene una Constitución y un Estado de las Autonomías, pero no todo es un camino de rosas. Los atentados de ETA y GRAPO se suceden sin cesar, con muertos todas las semanas, el desempleo aumenta y algunas comunidades empiezan a sugerir su derecho a la independencia (hay cosas que nunca cambian). El país atraviesa años de gran zozobra social, donde todo estaba por hacer y no se sabía qué iba a pasar y no son pocos los que piensan aquello de que con Franco se vivía mejor. Los de derechas consideran a Suárez un traidor, los de izquierdas un franquista que ha cambiado de chaqueta, es insultado en muchos funerales de Estado por víctimas del terrorismo y en su partido se empieza a creer que es hora de que otro coja las riendas del país. Por eso, a principios de 1981 presenta su dimisión.
 

 
Muchos militares no estaban nada contentos por cómo iban las cosas en España y echaban de menos verse apartados de la vida social, en la que habían tenido mucho que ver durante décadas. Ese es el germen del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, en el que efectivos de la Guardia Civil y el Ejército toman el Congreso de los Diputados mientras se está votando el nombramiento de Leopoldo Calvo Sotelo como sustituto de Suárez. El plan era formar un gobierno de concentración con presencia de los militares y la supervisión del Rey, como hizo Primo de Rivera con Alfonso XIII en los años 20 y de ahí han surgido muchas teorías conspiratorias, que incluyen al Rey como uno de los cabecillas del golpe, al ver que España perdía el rumbo, estando implicado uno de sus mentores, el general, Alfonso Armada, y cambiando de opinión cuando ve que aquello se tuerce y Tejero pide más poder para las fuerzas del orden, algo que no estaba previsto. Probablemente nunca sepamos toda la verdad sobre el asunto ni si Tejero era el líder de un grupo de incontrolados que echaban de menos a Franco o el pelele de intereses más altos. Sea como fuere nos han quedado imágenes del momento, con un general, Gutiérrez Mellado (entonces vicepresidente), plantando cara a los hombres armados y Suárez abatido y resignado, sin preocuparse de ponerse a cubierto cuando empiezan los disparos, como si no le importara morir después de todos los palos que le habían dado en los últimos tiempos.
 
 
 
 
En los años 80 Suárez creó el Centro Democrático y Social (CDS), pero el éxito ya no volvió. Para entonces ya era visto como un vestigio del pasado y a duras penas consiguió escaños en el Congreso. A principios de los años 90, se retira de la vida política y son algunos de sus hijos los que copan cierto protagonismo, como Adolfo Suárez Illana, que se presenta sin éxito a unas elecciones en Castilla-La Mancha en las filas del PP o como Sonsoles Suárez, que se hace conocida por su boda con el inefable Pocholo Martínez-Bordiú (curiosamente nieto de Franco y con el que estuvo casada dos años) y sus apariciones televisivas como presentadora. Yo la recuerdo por su etapa en los años 90 en "A toda página", uno de esos programas de sucesos y corazón habituales de las tardes.

 
 
Ya empezado el siglo XXI empiezan las desgracias familiares en el clan Suárez. El cáncer empieza a hacer presa en las mujeres de su familia y pierde a su esposa y una de sus hijas por esta enfermedad, mientras que el Alzheimer empieza a hacer efecto sobre él y en pocos años deja de recordar qué ha sido y quién es, sin saber quiénes eran aquellos que iban a visitarle, como aquel Juan Carlos con el que compartió tantos momentos años atrás.


 
Y así ha acabado la vida de un hombre que estuvo en el meollo del poder después de ir trepando en el escalafón y que acabó encerrado en los recovecos de su propia mente, una historia con la clásica moraleja de "polvo eres y en polvo te convertirás". Si Suárez hubiera sido estadounidense no duden que ya hubiéramos visto algunas películas sobre su vida, obra y milagros. Lo más parecido que se ha hecho es una miniserie de Antena 3, con Ginés García Millán como Suárez y Fernando Cayo como Juan Carlos.
 
 
Ahora muchos políticos de hoy día honran la memoria de aquel al que en su día criticaron por considerarle un traidor o un vestigio del régimen franquista y otros que no convivieron con él le ponen como ejemplo de político que supo manejar una situación comprometida. Y no se puede negar que Suárez fue un político de raza, audaz negociador con gran habilidad para llevarse la gente a su terreno (Alfonso Guerra le llamó "tahúr del Mississippi"), mostrando que la política es para listos (en el sentido de espabilados) y que su perfil era el necesario en aquellos años en los que había que desprenderse del pasado y estaba todo por hacer en la construcción de la democracia. También pudo comprobar en sus propias carnes el reverso del éxito, que los que un día le adoraban al siguiente podían despreciarle para acabar años después soltando panegíricos en su nombre, tratando de apropiarse de algo de su espíritu pero sin saber cómo apartarse de en medio cuando su tiempo ha pasado, como el propio Suárez entendió e hizo en su momento a pesar de la indiscutible erótica del poder, que atrae sin remedio.

 
Este lunes escuché en las noticias que la capilla ardiente de Suárez estaría abierta en el Congreso durante toda la noche y sentí la necesidad de pasarme por allí, quién sabe si por ver qué se sentía al estar cerca de un ser humano que fue todo y que ha acabado igual que cualquiera de nosotros, en el inexorable ciclo de la vida. No imaginaba encontrarme a solas con su cadáver, pues supuse que habría un dispositivo de seguridad para evitar complicaciones, pero aún así quise ver una de esas ceremonias y allí que fui, pasada la medianoche. Había oído que durante el día había colas larguísimas para entrar, pero imaginé que un lunes por la noche la mayoría de gente estaría ya en su casa durmiendo, craso error, a veces se me olvida que vivo en Madrid, una ciudad en permanente actividad. En la puerta del Congreso había algunos cientos de personas esperando para entrar, gente de diversas edades, unos que habían vivido con el gobierno de Suárez y otros que como yo lo habían conocido en los libros de historia. Me sorprendió la cantidad de gente que allí había y el silencio reverencial, apenas interrumpido por conversaciones en voz baja incluso estando en la calle, algo raro en un país en el que cualquier manifestación popular tiene ese aire de ruidosa verbena. Finalmente entramos y allí estaban los ujieres y miembros del Ejército con sus trajes de gala haciendo la vigilancia. En el centro estaba el féretro, cerrado para evitar miradas curiosas y una bandera de España sobre él, una caja de madera en medio de una sala silenciosa y casi vacía. Tras observar la escena durante unos segundos nos tocó salir para que entraran los siguientes y no pude evitar cierta sensación de vacío, por esa desnudez que deja siempre la visión de la muerte y ese tránsito breve por la habitación fúnebre, como si fuera una visita guiada en un parque temático antes de pasar a la siguiente atracción.


 
Me fui de allí a la cercana plaza de Cibeles a coger un autobús de vuelta a casa y mientras esperaba vi a unos operarios cambiando la cartelería de las marquesinas, quitando anuncios viejos y poniendo otros nuevos. Uno de ellos era de una marca de ropa que usa como modelo a la bella actriz Judith Diakhate, española de padre nigeriano, vista en películas como "La noche de los girasoles" o "Alacrán enamorado", a la que nos quedamos mirando durante unos instantes los que allí esperábamos, yo y otros hombres de aspecto entre cansado y triste que probablemente volvían a casa tras un día como los demás y que a buen seguro no encuentran mujeres como esa en su rutina. Mujeres que en los tiempos de Suárez no se veían por las calles de España y menos aún en los anuncios de las marquesinas.

 
Ya en el autobús fui testigo de una conversación entre el conductor y otro pasajero, que debía ser amigo, con el que iba hablando sobre apuestas de fútbol y resultados de otras ligas. Anonadado me quedé al comprobar lo que controlaban sobre equipos de otros países, resultados y clasificaciones, acostumbrado a esos aficionados de fútbol que solo se enteran de lo que le pasa a su equipo y a veces ni eso. Hablaban de apuestas, de ganancias y pérdidas y de pronósticos a los que apostar para llevarse un dinerito y cuando el pasajero se bajó, el conductor se puso a escuchar una emisora deportiva. Me pregunto si esa gente tendría el mismo dominio de la historia reciente de su país que el que tienen estos jóvenes preguntados para ver si conocían a Adolfo Suárez.
 


Ya lo dice el refrán, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Descanse en paz, Adolfo Suárez.


miércoles, 19 de marzo de 2014

Ternura

Ya he comentado alguna vez que de pequeño devoraba todo lo que fuera papel impreso, ya fueran tebeos, libros, cuentos e incluso periódicos (que empecé a leer con 10 años) y de todas esas historias hay una que recuerdo de vez en cuando. Era un cuento en el que un pastor se ponía a esquilar a sus ovejas para sacarles la lana y cuando empezaba a hacerlo las ovejas se ponían a llorar y le miraban con ojos muy tristes. Finalmente el pastor decidía no esquilarlas, se consideraba incapaz de hacerles a las ovejas eso que tanto daño les hacía y terminaba dándoles mimitos. Recuerdo que la historia me llamó mucho la atención y me pareció absurdo desde un punto de vista realista que las ovejas lloraran, que no eran más que animales y no tenía sentido, aparte de que ya entonces entendía que la relación entre hombres y animales no entiende de esas sutilidades (no hay más que ver de dónde provienen las carnes que comemos). Pero no obstante, se me quedó grabada la historia de ese pastor que acababa conmovido por las lágrimas de sus ovejas y desde entonces la he tenido como una imagen de ternura.

 

La ternura es ese sentimiento que deriva y que forma parte del amor, que nos hace sentir calor en el corazón por aquellas cosas que nos resultan bellas de una forma feliz o triste. Ver a alguien que sufre o alguien que disfruta, ver a alguien que hace algo que nos parece bien y alegrarnos por ello o ver a alguien maltratado y sentir pena, son aspectos que pueden hacernos sentir una sensación agradable de cariño. Y me parece un sentimiento hermoso, por ser algo que surge tan genuinamente desde nuestro interior, que no está pensado ni planeado, simplemente se siente. Recuerdo una vez que fui a visitar a una persona al hospital después de que hubiera sufrido un pequeño accidente y lo que sentí cuando la vi allí tumbada, en situación de vulnerabilidad e indefensión, que me inspiró de forma inmediata un cariño tremendo, inconscientemente, sin que me hubiera puesto a pensar en por qué estaba allí o si era algo grave (afortunadamente no lo era y salió a los pocos días). Me vino una gran oleada de sentimientos y me sentí como ese pastor del cuento que acaba dando mimitos a sus ovejas, con ganas de dar la misma atención a aquella persona.

Supongo que eso es lo mismo que puede sentir mucha gente aficionada a los animales o a los niños pequeños, que ven a un animalito o a un bebé haciendo monerías y se deshacen por dentro, por esa sensación de inocencia que transmiten los objetos de sus afectos. Y esa ternura es la que he visto también hace poco en la película "Nebraska", la estupenda obra de Alexander Payne por la que Bruce Dern ha sido justamente nominado al Oscar por su interpretación de un anciano venido a menos que inicia un viaje para cobrar un premio que no existe, que es solo uno de esos mensajes publicitarios que tanto se estilan por Internet. Su hijo le acompaña en esa aventura primero por pena y al final acaba conociendo aspectos de su padre que le hacen sentir ternura, cuando comprende que es la última ilusión de un hombre que ha llevado una existencia gris, en la que muchos se han aprovechado de él.
 
 

Estos días se ha dado a conocer la muerte de Glenn Edward McDuffie, el marinero que besaba a la enfermera en la plaza neoyorkina de Times Square el día que se anunciaba el final de la Segunda Guerra Mundial, protagonista de una foto que ha pasado a la historia y que ha sido usada en multitud de ocasiones para simbolizar alguna de las sensaciones de las que estoy hablando.
 
 

Siempre me han inspirado ternura esas fotos antiguas de personas que se encuentran realizando actos cotidianos que aún hoy seguimos haciendo. Gente que va a trabajar, a tomar algún transporte, al mercado, divirtiéndose, sufriendo, enamorándose, jugando, sintiéndose importante. Gente que llegó a sentirse como nosotros en varios momentos de su existencia y que nos dicen desde esa imagen congelada del pasado que la vida sigue igual, que esa creencia que siempre existe de que años atrás todo era mejor es un absurdo. Algunos usos sociales cambian, pero la esencia humana permanece y eso me parece emocionante, porque algún día las personas del futuro mirarán los documentos que dejamos de nuestra vida y también serán testigos de cómo todo cambia y todo sigue igual y que aunque nos creamos el centro de todas las cosas simplemente estamos de paso.
 









 

Otro de los aspectos que siempre me ha producido ternura es el amor femenino, el amor entre dos mujeres, ya sean pareja o simplemente amigas o familiares. El amor de las mujeres siempre tiene algo dulce, suave y pasional aunado con ciertas dosis de locura y perversión y me llama mucho la atención como entre ellas puede haber la conexión más fuerte que no va reñida con un punto de rivalidad, fuente de posibles desencuentros y de odios a veces irreconciliables. Me llamaba la atención en los años del colegio ver a las chicas cogidas de la mano, abrazadas o jugando con sus melenas como si tal cosa, algo impensable entre los chicos, que si acaso manifestaban su afecto en collejas y escaramuzas. Y siempre me ha fascinado la consecuencia fisiológica de la cercanía entre mujeres, con la sincronización de los períodos entre las mujeres que pasan un tiempo prolongado juntas. Es algo que puede pasar entre simples compañeras de trabajo o estudios que no tengan nada en común, pero no deja de ser algo poético el fenómeno de los cuerpos sincronizándose con la cercanía de las almas. Será por todo eso que siempre me parece mucho más poderoso un beso entre mujeres que entre un hombre y una mujer, aunque sea de carácter amistoso, por toda la profundidad que puede encerrar. Hay una ternura en ese gesto que me deja la misma sensación que el cuento del pastor y las ovejas.
 
 

miércoles, 12 de marzo de 2014

"300: El origen de un imperio" y "Joven y bonita". Miradas de mujer

Existe una creencia muy extendida de que en Hollywood solo se hacen secuelas, precuelas y remakes de películas ya hechas por falta de ideas, lo cual es una gran mentira. Hollywood se ha caracterizado desde su nacimiento por ser un lugar que atrae a los mejores talentos de todo el mundo y que quiere tenerlos a sus servicio para hacer las mejores películas. Lo que sucede es que entre el honor y el dinero lo segundo es lo primero, que acertadamente dijo Quevedo hace siglos, por lo que el motivo económico siempre prima ante la calidad en los grandes estudios. Los grandes conglomerados buscan aumentar aún más su parte de beneficios y por eso buscan un gran taquillazo que les permita repetir grandes cifras a lo largo de varias secuelas y en eso el nivel de ideas se reduce, porque muchas veces para llegar a una audiencia mayoritaria es necesario igualar por lo bajo, haciendo tramas facilonas que puedan ser disfrutables por el público menos exigente, que muchas veces es el que llena las salas. Ideas originales y audaces siempre las ha habido y habrá, pero si los estudios no ven claro que vayan a sacar beneficio no pondrán mucho empeño en producirlas, auspiciándolas en sus divisiones de cine independiente en el mejor de los casos o directamente ignorándolas. Por eso vemos tantas veces proyectos que siguen la misma fórmula, porque siguen la máxima tan conservadora de "si algo funciona no lo toques". En ese saco podemos meter a "300: El origen de un imperio".

 
La película es una secuela/derivación de "300", la exitosa película que dirigió Zack Snyder en 2007 y que mostraba una estética de videojuego para visualizar la batalla que libraron 300 espartanos contra el imperio persa en las Guerras Médicas, siglos antes de Cristo. "300" se inspiraba en un cómic de Frank Miller, que proponía una visión posmoderna de aquella lucha, con licencias históricas y toques fantásticos, que sin embargo era fiel al espíritu de las antiguas narraciones griegas sobre las peripecias de hombres y dioses. La película de Snyder plasmó en pantalla ese hiperrealismo sirviéndose de las nuevas tecnologías digitales para dar vida a un mundo descaradamente mítico e irreal, en una película que podría haber sido un batacazo a todos los niveles pero que consiguió un gran éxito de público y fue bien tratada por la crítica, uno de esos ocasionales riesgos en los que a veces se aventura Hollywood. Así que la secuela iba a llegar, en este caso ambientada en la lucha de antiguos griegos y persas, pero cambiando a los espartanos por los atenienses y pasando la batalla de las Termópilas al Mar Egeo, donde el general Temistocles (Sullivan Stapleton) lucha por conseguir la unidad de las ciudades-estado griegas. Él dirige las tropas que se enfrentan con el ejército persa, liderado por Jerjes (Rodrigo Santoro) y Artemisa (Eva Green), para impedir la invasión del país.
 
 
Snyder ("Watchmen") es uno de los productores y guionistas de esta película, pero ocupado como estaba en la mediocre revisión que hizo de Superman en "El hombre de acero", las labores de dirección las ha asumido Noam Murro, un realizador especializado en el mundo publicitario y que en cine había dirigido una película en las antípodas de esta, la comedia independiente "Gente inteligente". Y el caso es que tanto da, pues, si como en una serie televisiva se tratase, el director es un mero artesano que se incorpora a un producto con un marcado estilo visual al que el director poco o nada puede aportar. Volvemos a ver la misma estética digital, los mismos cuerpos musculosos, las mismas cámaras lentas, los mismos ralentís para reforzar la acción y los mismos irreales chorreones de sangre, pero la sensación que deja no es la misma. En todo momento tuve la sensación de estar viendo una versión de saldo de "300", como esas marcas falsificadas que tratan de copiar sin éxito a las grandes del mercado.
 
 
"300" conseguía meterte en la historia y que olvidaras e incluso disfrutaras de su aire de irrealidad, de fantasía, por el carisma de muchos de de sus personajes y la garra a la hora de contar la historia. "300: El origen de un imperio" apenas transmite garra y la mayoría de sus personajes son meros monigotes sin interés, empezando por el protagonista, un soso Sullivan Stapleton que está a años luz de lo consiguió Gerard Butler como Leónidas y sus secuaces, que nos meten por la cara intentando con tópicos que nos interesemos por ellos (no falta el clásico momento de hijo que va a la guerra con la oposición de su padre y ambos acaban luchando juntos, con las consecuencias que ya se imaginan cuales son). Y es que los personajes más interesantes en esta epopeya tan masculina son las mujeres, especialmente Eva Green.
 
 
La actriz francesa, descubierta por Bertolucci en "Soñadores" y vista también como chica Bond en "Casino Royale" lleva unos años apareciendo poco por las pantallas y cuando lo hace es dando vida a personajes que están lejos de ser el tópico de "chica de la película", algo que ella dice detestar. He tenido la oportunidad de verla en películas nunca estrenadas en España como "Cracks" y "Perfect Sense" y siempre muestra la misma personalidad cautivante, con una belleza insinuante, pero sobre todo con un fondo turbio, con una mirada capaz de despertar y sugerir los instintos más oscuros. Ese fondo oscuro es el que aquí explota para construir una Artemisa que es el mejor personaje de la película, de los pocos que aporta algo de interés a una trama aburrida. También tenemos la breve presencia de Lena Headey, que repite su personaje de reina Gorgo que hiciera en "300" y que nos recuerda lo buena que era aquella en comparación esta otra.
 
 
"300: El origen de un imperio" puede que acabe siendo un éxito gracias al material de partida previo y puede que dé lugar a más entregas, pero a mí me ha dejado bastante frío, esperaba un poco más.
 
 
Quién no me ha dejado frío es el siempre interesante François Ozon, un realizador que comenzó su carrera a finales de los 90 como uno de los “enfants terribles” del cine francés con filmes que buscaban transgredir los géneros a los que inicialmente pertenecían. “Sitcom”, su debut, empezaba como una comedia televisiva y familiar y terminaba de una manera bastante bizarra. “Los amantes criminales” era una curiosa puesta al día del cuento de Hansel y Gretel y “Swimming pool” o "En la casa" jugaban con los códigos del thriller y la creación literaria. Autor de una prolífica carrera (casi todos los años estrena alguna película), ahora nos llega "Joven y bonita", que recuerda en cierto modo al "Belle de jour" de Luis Buñuel.


Isabelle (Marine Vacth)  es una hermosa joven de 17 años que pertenece a una familia adinerada, parece tener una adolescencia feliz. Pero ello no es suficiente e iniciará un viaje de autodescubrimiento sexual que la embarca en una doble vida: estudiante de día y prostituta de lujo de noche.
 
 
"Joven y bonita" comienza con Isabelle perdiendo su virginidad con otro chico en una noche de verano en la playa, uno de esos típicos amores de vacaciones estivales que será el punto de partida en el despertar sexual de la joven. Poco después, ya terminado el verano y empezado el otoño comienza la andadura de Isabelle por el mundo de la prostitución, sin que sus padres ni sus compañeros de clase lleguen a sospechar lo más mínimo, a tenor de la seriedad de sus actos. A partir de ahí, Ozon nos muestra su peripecia a lo largo de varios meses, pespunteando sus andanzas con canciones de Françoise Hardy que hablan del amor adolescente, un amor que Isabelle no puede o no quiere sentir, siempre alejada de los chicos de su edad.
 
 
Isabelle habla poco y no es fácil saber lo que está pensando, si está alegre o triste y por eso es a través de su mirada cuando vemos si ella sufre o disfruta. Ozon no busca aleccionar y no hay grandes explicaciones sobre por qué Isabelle ejerce la prostitución, vista aquí como una de las clásicas derivaciones adolescentes para escapar de la realidad en esos años difíciles en los que se está construyendo la personalidad.
 
 
Ella no se droga, no se emborracha, no se vuelve anoréxica ni se automutila, su manera de negociar con el dolor y la incertidumbre de la edad es a través del sexo con desconocidos, de hombres mucho mayores que ella, alejados de su día a día. Porque como dice un poema de Rimbaud del que se habla en la película, la seriedad no existe a los 17 años. Un toque nacional para una película muy francesa, en la que también se le da un aura intelectual al sexo, visto en muchas otras películas del país vecino.
 
  
François Ozon entrega una película muy interesante, que en ningún momento busca caer en el melodrama ni el tremendismo y que nos hace sentirnos como mirones de la vida de Isabelle, ya insinuado en el plano inicial, en el que se observa a la joven en la playa a través de unos prismáticos. También ayuda la labor de Marine Vacth, una modelo que hace sus primeros pinitos como actriz y que tiene una de esas miradas soñadoras y melancólicas que explican mucho más sobre su dueña que cualquier palabra que pueda decir, algo perfecto para el personaje de Isabelle.
 
 
Así que podemos decir que "300: El origen de un imperio" y "Joven y bonita", a pesar de sus diferencias argumentales y de estilo están unidas por unas miradas femeninas, las miradas de sus protagonistas, que vienen a sumarse a todas esas miradas que tanto han contribuido a la magia del cine.